Sin perder el norte
Alegría, nostalgia, pesadumbre, gratitud… las sentimos de corazón. Es a este órgano al que solemos ligar nuestras emociones, sin embargo, su nacimiento se produce un poco más al norte en nuestro cuerpo, concretamente en el cerebro.
Y ahí tiene un papel protagonista el sistema límbico, encargado de regular las emociones, la motivación y la memoria. Cuando una emoción es activada, el sistema límbico desencadena una serie de respuestas neuroquímicas y hormonales que afectan tanto al cerebro como al cuerpo. Es decir, se activa el sistema límbico y se produce una respuesta emocional.
¿Cuál es el proceso que se sigue?
Cuando una persona recibe un estímulo emocional -que puede ser una vivencia, una imagen o un pensamiento, por ejemplo- esta información es procesada por varias áreas del cerebro, incluyendo la amígdala, que es esencial para la evaluación de la relevancia emocional del estímulo.
Si el estímulo se considera emocionalmente relevante, la amígdala envía señales a otras partes del sistema límbico, como pueden ser el hipocampo (involucrado en la formación de recuerdos emocionales) y el hipotálamo.
El proceso de generación e interpretación de emociones en el cerebro es muy complejo e importante
Es este último, el hipotálamo, el que activa la glándula pituitaria, que a su vez regula la liberación de hormonas de las glándulas suprarrenales y otras glándulas del cuerpo. Entre ellas se incluyen la adrenalina y el cortisol en respuesta al estrés, o la dopamina y oxitocina en respuesta a los estímulos placenteros.
A esta “fiesta” se suma la corteza orbitofrontal, que envía órdenes emocionales hacia el lóbulo frontal y es la encargada de planificar nuestras acciones una vez que se recibe el impulso emocional, así como de detener aquellos impulsos irracionales que podemos llegar a experimentar.
Un proceso complejo e importantísimo en nuestro cuerpo porque, como decimos, somos seres emocionales.